Psicología de las mayúsculas

Psicología de las mayúsculas

La corrección editorial no es siempre aplicar la norma ortográfica ni subsanar el desconocimiento que un autor pueda tener de ella. Muchas veces implica luchar contra sesgos psicológicos, creencias personales y concepciones equivocadas de lo que es la ortografía.

No hay mejor ejemplo para ilustrar esto que el uso de las mayúsculas/minúsculas. Que dicho uso está regulado por convenciones normativas, al igual que lo están la puntuación o las tildes, es algo que podría parecer obvio y esperable. Sin embargo, la práctica me confirma que muchas personas consideran que la forma de emplear las mayúsculas es algo completamente personal y arbitrario. La única norma que suelen aplicar a rajatabla es: si es importante para mí, va en mayúscula.

Esto es lo que la RAE denomina «mayúsculas de relevancia»; es decir, palabras que se escriben con mayúscula inicial porque su significado está cargado de un simbolismo y una relevancia ideológicas para quien escribe. Son palabras que tienen un valor subjetivo, bien por motivos religiosos, políticos o profesionales, que puede no ser compartido por otras personas.

Traducido todo esto al lenguaje común, lo que ocurre es que si un carnicero escribe un texto sobre las mejores técnicas eficientes de corte de carne, pondrá Solomillo con mayúscula; el dentista escribirá Endodoncia con mayúscula y les puedo asegurar que no hay un solo Catedrático o Profesor Titular que no se sienta autorizado a ponerse las mayúsculas en todo lo alto. Los ejemplos son innumerables, infinitos, a gusto del consumidor. Cualquier cosa que el redactor valore personalmente corre el riesgo de ser «mayusculizada».

La normativa académica es muy explícita al respecto:

Ninguna de las mayúsculas de relevancia comentadas está justificada desde el punto de vista lingüístico, ya que recaen sobre nombres apelativos o comunes, con independencia de la valoración social o personal asociada a sus referentes. Esta mayúscula presenta además, en muchos casos, el inconveniente añadido de su carácter extremadamente subjetivo y de la consiguiente falta de consenso en el inventario de palabras que serían susceptibles de llevarla, lo que hace imposible su regularización ortográfica. Por lo tanto, se recomienda evitarla o, al menos, restringir al máximo su empleo, que en ningún caso debe convertirse en norma (Ortografía de la lengua española, RAE, 2010).

No pasaría nada grave si, tras explicar que el uso de mayúsculas y minúsculas está regulado y que, por ese motivo, se han eliminado todas las mayúsculas de relevancia que había en el texto, el autor simplemente lo aceptara, igual que acepta que camión lleva tilde y se le olvidó ponerla (no pasa nada). Pero, en muchas ocasiones, la reacción del autor se alinea con actitudes del tipo: «Pero es que yo quiero que esta palabra aparezca en mayúscula».

Me siento, respiro hondo; reprimo una lágrima. No voy a empezar a explicar todas las cosas que yo quiero, me digo, porque no acabaríamos en todo el día.

¿Por qué se considera que el uso de las mayúsculas/minúsculas es ajustable a las preferencias personales? Me temo que aquí deberían echarme una mano mis amigos psicólogos. Para mí, se trata de una de las batallas más duras que nos toca afrontar a los correctores, hasta el punto de que he llegado a recibir instrucciones directas de varios editores de mesa o directores de proyectos para dejar determinada palabra en mayúscula porque el autor así lo ha pedido (y añaden: «es una persona muy tiquismiquis, no queremos problemas. Si no lo hacemos se va a generar una discusión interminable»). Es decir, los editores prefieren aceptar los caprichos personales de algunos autores respecto a las mayúsculas con tal de tener «la fiesta en paz», conscientes de que la visceralidad con la que estos autores son capaces de defender sus mayúsculas está fuera de lugar en algunas ocasiones.

Mi truco en estos casos es recurrir a la uniformidad, regla de oro y misión última de todo corrector. Los textos deben ser consistentes. Y lo que ocurre la mayoría de las veces (por no decir todas) es que los autores no son consistentes en su uso de las mayúsculas (como en muchas otras cosas); así, aunque escriben «Solomillo» 24 veces, en otras 19 ocasiones escriben «solomillo», simplemente porque no prestan atención, no son conscientes de la importancia de la uniformidad textual o de repente, el día que estaban redactando ese capítulo, la mayúscula ya no les parecía tan oportuna. Conociendo la arbitrariedad y la inseguridad de los autores en estas cuestiones, enarbolo la noble causa de la uniformidad y, mediante tácticas subrepticias y buenas palabras, intento convencerles de que la minúscula es lo correcto. Funciona a veces, pero otras no; porque evidentemente, a la hora de unificar, hay quienes se siguen decantando por la mayúscula.

Me gustaría que los autores entendieran que las mayúsculas y minúsculas están perfectamente reguladas y que la importancia de un concepto jamás va a ser demostrada a través de un recurso tipográfico, sino mediante la exposición clara y asertiva de las ideas que el autor quiere transmitir. Por supuesto, hay excepciones; cada texto es un mundo aparte en el que a veces tienen cabida recursos estilísticos, juegos semánticos y hasta ortotipográficos. Si el contexto justifica algún recurso para resaltar una palabra, existen otras herramientas (cursivas, negritas, comillas, etc.) sobre las que su editor o corrector le podrá aconsejar. Hablen con ellos, queridos autores, y déjense asesorar; expliquen qué carga emocional quieren transmitir a través de esa dichosa mayúscula y entre todos les ayudaremos a dejar su texto en las mejores condiciones. Un uso caprichoso y no esperado de las mayúsculas puede dañar mucho la imagen de un texto, ya que distrae la atención del lector más de lo que se puedan imaginar. Los correctores no queremos tirar por tierra sus mayúsculas, créanme: solo queremos que su texto sea perfecto.

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